El talento es la capacidad para desempeñar una actividad.
No deja de sorprenderme cómo, de un tiempo a esta parte, las empresas españolas se empecinan en contratar única y exclusivamente a gente joven a quienes intentarán pagar lo menos posible para, presuntamente, ahorrar costes. Esta conducta trae como resultado que el joven trabajador se canse rápidamente de ver como, bien no puede progresar en la empresa, bien no se le remunera lo suficiente, por lo que termina emprendiendo el vuelo hacía otra compañía que le ofrezca mejores perspectivas de futuro. Llegado ese momento, a la empresa le toca volver a iniciar un proceso de selección y volver a formar a un nuevo candidato, con los costes que ello conlleva.
Tengo la sensación de que las empresas no saben retener el talento, y en lugar de realizar una correcta planificación en materia de recursos humanos, trazando planes de carrera para sus empleados más prometedores, se empeñan en dejarlos escapar y en iniciar costosos procesos de selección, sí costosos ¿o acaso no han calculado el coste económico y el tiempo que supone contratar y formar a un nuevo trabajador en lugar de aprovechar a los que ya tienen en casa?
Por otro lado, a ninguna empresa parece interesarle la contratación de personas mayores de 45 años. Cada día nos parecemos más a Japón, cuna de la robótica, donde contratan jóvenes recién licenciados sin ninguna experiencia previa, para evitar que lleguen con vicios adquiridos y poder moldearlos, como si fueran robots, según sus intereses y costumbres corporativas. Los empresarios españoles no se dan cuenta del importante valor añadido que posee una persona con una larga carrera profesional a sus espaldas, la experiencia.
¿Saben cuanto costaría formar a una persona hasta que adquiriese la experiencia laboral de otra que lleve más de 25 años en el mundo laboral? Menospreciamos a generaciones de personas que, por un lado, han tenido una mejor educación en muchas materias, gracias, por ejemplo, a asignaturas hoy denostadas, como esa lengua muerta como se define hoy despectivamente al latín, que ayudaba a adquirir una brillante agilidad mental a sus estudiantes. Y por otro, que poseen una valiosísima experiencia adquirida a lo largo de su carrera profesional, que les llevaría a resolver cualquier situación difícil que se les plantease, pues seguro que ya habrán vivido algún trance similar en el pasado, del que habrán salido con mayor o menor fortuna, pero del que seguro habrán aprendido.
Permítanme que les ponga un ejemplo personal. Soy licenciado en Administración y Dirección de Empresas y Executive MBA, llevo una década trabajando por cuenta propia, tuve que cerrar mi primera empresa y he vivido la crisis inmobiliaria en mis propias carnes, ¿pues saben qué?, no le llego ni a la suela de los zapatos a mi padre. Él, hombre de empresa, tiene muchísima más experiencia y muchas más tablas que yo; le ha tocado vivir épocas difíciles, como la crisis del 93, y de todas ellas ha salido reforzado gracias a su saber hacer, y lo que es aún mejor, lo ha hecho siempre con una caballerosidad digna de elogio y admiración. Mi padre es para mí, un espejo en el que mirarme y un ejemplo a seguir, de quien, además, cada día aprendo algo nuevo.
Es por eso que considero un error el no valorar como se merece la experiencia, el talento, que debe ser una fuente de ayuda e inspiración para los directivos del mañana. Debemos confiar en nuestros equipos, no salir a buscar fuera lo que tenemos en casa, diseñar adecuados planes de carrera para nuestros empleados, y contar con la sabiduría y experiencia de personas con un mayor recorrido que nosotros. Les aseguro que esta forma de actuar nos saldrá mucho más económica. Como decía en otra ocasión, un buen directivo es aquel que se rodea de los mejores, sin miedo a que le pisen el terreno; contar para evitar esto, con gente mediocre, es mezquino y va en contra de los intereses de la empresa.
David Torija Pradillo