Tal y como he afirmado en otras ocasiones, la economía, como todo en la vida, está formada por ciclos; alcistas, cuando el optimismo y la confianza son el motor del consumo y del crecimiento económico; y bajistas, cuando impera el pesimismo y la desazón.
Un periodo de crecimiento desproporcionado suele ser la antesala de una época de importantes caídas. De ahí que, como muchos otros economistas, abogue por un crecimiento moderado y sostenible.
La actual coyuntura económica es el resultado de una década de crecimiento desmedido, donde la ambición descontrolada y el desenfreno alimentaron una burbuja que al final, como era de esperar, estalló.
Pero no todo es negativo en los tiempos que corren, amén de las oportunidades de negocio que surgen e identifican aquellos que son capaces de agudizar al máximo su ingenio, la crisis, nos vuelve a poner a todos los pies en la tierra y nos enseña a valorar como se merecen las cosas que, antes, fruto de una sin par quimera, obteníamos con inusitada facilidad.
Me entristece ver como en los últimos tiempos, en los años de bonanza económica, hemos venido facilitando a los niños todo aquello que deseaban. Tal es así, que los infantes no son conscientes de la gran cantidad de juguetes que atesoran apilados en cualquier rincón de la casa y que apenas utilizan un puñado de minutos tras sacarlos de su caja el día de su estreno, para olvidarse después de su existencia.
Ahora que se ha dado la vuelta a la tortilla, y que en muchas casas tienen a todos sus integrantes desempleados, se me antoja difícil mantener el ritmo caprichoso al que hemos acostumbrado a los chiquillos. De ahí que vuelva a insistir en la necesidad de aplicar la misma moderación que debe presidir el desarrollo económico, a las familias. Muchas de las empresas que sobreviven hoy, son aquellas que no han cometido grandes excesos y no se han embarcado en grandes proyectos embaucados por cantos de sirena endeudándose hasta las cejas. Lo que resulta extrapolable a los hogares.
Permítanme que les cuente una historia de mi infancia que es un fiel reflejo de lo que trato de explicarles. Me considero una persona tremendamente afortunada, pues mis padres, a base de no poco esfuerzo, me han facilitado una excelente formación no sólo académica si no humana, enseñándome a valorar las cosas que, con tanto sacrificio, lograron proporcionarme a lo largo de mi niñez.
En las navidades de una época de mi infancia en la que atravesábamos ciertas dificultades económicas, mis padres se las vieron y se las desearon para ver que podían regalarnos a mi hermana y a mí. Yo había heredado un scalextric (por aquel entonces un juguete popular, hoy mucho más caro, es casi un objeto de lujo) que apenas daba para formar un pequeño circuito en forma de ovoide. El presupuesto familiar de aquella época daba para comprar apenas unas piezas más y un coche de scalextric.
Mi padre aquella época trabajaba fuera toda la semana, llegaba los viernes por la tarde a casa y sacaba fuerzas para, el sábado por la mañana temprano, no sólo llevarme a mí a jugar al fútbol, si no para hacerse cargo de muchos otros chavales cuyos padres querían la mañana para ellos solos. Aquellas navidades se las ingenió para, con unas piezas más de scalextric y una tabla de contrachapado de un grosor importante, fabricarme el circuito más bonito del mundo. Pero no fue empresa fácil. La semana anterior le encargó a un vecino nuestro (carpintero él) que por favor le cortase dicha tabla. Mi padre llegó la tarde de la víspera de reyes y se encontró con la sorpresa de que nuestro vecino se había olvidado del encargo. Por lo que mi padre se pasó toda la noche de reyes en el semisótano común de la casa cortando aquella interminable madera de contrachapado y montando aquel flamante scalextric (al que no le faltaba detalle) que hizo las delicias de un niño que aún mantenía su fe en los reyes magos, y cuyo padre, del dolor de espalda fruto del esfuerzo realizado, apenas pudo levantarse para ver la sonrisa de su hijo (al que había hecho feliz gastando muy poquito dinero). Aquel fue el mejor regalo que me hicieron en mi niñez, sentimiento que se ha acrecentado con el tiempo cuando fui conocedor de aquella historia.
De ahí que agradezca que las dificultades que la gran mayoría atravesamos en la actualidad, nos devuelvan al mundo real, nos pongan los pies en la tierra, y nos enseñen de nuevo a valorar el esfuerzo que cuesta conseguir las cosas.
David Torija Pradillo