Artículo publicado en www.lagaceta.es.
Hace poco menos de un año asistí a un seminario de una de esas materias que están tan de moda en el mundo de la gestión empresarial, el Coaching.
Lo hice con la misma precaución que tengo cada vez que trato de conocer alguna ciencia cuyo nombre acaba en “ing”.
Para algunos se trata de vender humo, mientras que para otros es el mejor entrenamiento para líderes y directivos, pues les enseña precisamente a eso, a liderar y a dirigir sus empresas.
En dicha sesión, Antonio J. Alonso, nos proyectó la película Doce hombres sin piedad. Film que data de 1957, dirigido por Sidney Lumet y protagonizada por Henry Fonda, cuenta la historia de un tribunal popular que debe decidir por unanimidad si condena a muerte o absuelve a un joven de clase baja acusado de asesinato.
Pese a los 95 minutos de duración de la película, tardamos en verla cerca de 8 horas. Con la pasión de alguien que adora su trabajo, el coacher, iba parando cada escena, para incidir (a parte de la maestría en tomas, tiempos e iluminación, que han convertido a esta obra en una obra maestra del cine), en cada una de las lecciones de liderazgo que nos da Henry Fonda.
Lejos del líder rancio, imperativo, grosero y hasta violento que impera en muchas empresas españolas, fiel reflejo de lo que el gran comunicador y experto en Recursos Humanos, Juan Luís Garrigós, define con su particular sentido del humor como DPT, o Dirección Por Temblores, existe otro estilo de dirección.
Henry Fonda va convenciendo, uno a uno, a los distintos miembros del jurado (quienes en principio hubiesen mandado sin miramientos al muchacho a la silla eléctrica) de la inocencia del chico.
El protagonista se va ganando la confianza del resto de miembros del jurado transmitiendo su constancia, congruencia e integridad.
Es la antítesis de muchos directivos que, más que líderes, son verdaderos antilíderes cuyas únicas cualidades son la falta de control emocional, la falta de argumentos de sus opiniones, su facilidad para criticar en público y sus burlas que son el disfraz bajo el que esconden su verdadera debilidad y su necesidad de perpetuarse en un puesto que les viene grande y para ello se rodean de gente mediocre que no les haga sombra y que puedan dominar y, si se les antoja, humillar.
El verdadero líder, y por ende, el buen directivo, como Henry Fonda, sabe trabajar y motivar a su equipo (es, en definitiva, un formador de otros líderes), busca información para llevar a cabo la toma de decisiones de la mejor forma posible, reconoce sus errores, reflexiona, dialoga, es empático, no busca la confrontación directa, es asertivo, posee inteligencia emocional, sentido del humor y se rodea de los mejores para llevar a cabo su trabajo.
Tomen nota.
David Torija Pradillo