Corría el año 1998, yo cursaba primero de Administración y Dirección de Empresas en las imponentes instalaciones de la Universidad Complutense en San Lorenzo del Escorial, trabajaba en Palacio de Hielo los fines de semana, vacaciones y fiestas de guardar, y llevaba casi una década siendo socio del Real Madrid.
Sí, el Real Madrid, como he confesado en alguna ocasión, es una de mis pasiones. El madridismo ha sido siempre en mi familia paterna como una religión. Devoción que he heredado.
Mi equipo había ganado por aquel entonces 6 Copas de Europa. Pero la última databa del año 1966 como, jocosamente unas veces, cruelmente otras, nos recordaban frecuentemente aquellos que se definen así mismos como antimadridistas. Vuestras copas son todas en blanco y negro era la cansina letanía que llevaba padeciendo tantos años.
El Madrid, pese a no realizar aquel año una buena campaña liguera, se clasificó para la final de la Liga de Campeones, antigua Copa de Europa, tras eliminar al Borussia Dortmund (equipo que en la misma ronda nos ha apeado este año de esta competición).
El ser estudiante y que el partido se jugara en miércoles (por lo que no tenía que trabajar) posibilitó que pudiera acudir al mismo. Recuerdo que cuando le comenté a mi entrañable profesor de Contabilidad Financiera, don José Luís Aranguren, que faltaría a clase dos o tres días porque iba a asistir a la final de la Copa de Europa, éste me contestó no se preocupe usted, eso es causa más que justificada.
No me podía permitir pagar el precio del viaje en avión, por lo que viajé, junto a mis amigos Paco, José, Nano y Guillermo, a Ámsterdam en autobús. Tardamos 24 horas en llegar desde Madrid a la ciudad holandesa (más otras tantas de vuelta tras el partido).
Íbamos con toda la ilusión del mundo, pero éramos realistas. Lo teníamos muy difícil para ganar a la Juventus de Turín. La Vecchia Signora nos había eliminado en los cuartos de final dos años antes, con nosotros como testigos en el estadio turinés de Delle Alpi.
Aquél 20 de mayo disfruté, por primera vez (he tenido el privilegio de asistir a las 3 últimas finales de Copa de Europa que ha disputado y ganado el Real Madrid) en mi vida, del encomiable ambiente que, de unos años a esta parte, suele imperar en las finales de la Copa de Europa, donde seguidores de ambos equipos, comparten espacio, anécdotas, cánticos y cervezas.
Nuestra juventud permitió que entráramos al Ámsterdam Arena frescos como una rosa, pese haber pasado 24 horas sentados en el asiento incómodo de un autobús y llevar un día entero paseando por las calles de tan bucólica ciudad. Comenzó el partido. Allí estábamos, por primera vez, viendo una final de Copa de Europa de nuestro equipo.
En el minuto 66 el Madrid se adelantó en el marcador. La alegría era inmensa, pero los nervios no le andaban a la zaga. Tras el gol de Mijatovic el cronómetro parecía no querer avanzar. Cuando por fin el árbitro pitó el final del partido nos fundimos en un abrazo y, entre lágrimas nos decíamos: campeones de Europa, campeones de Europa a lo que mi amigo Paco apostillaba: y en color David, y en color…
El 20 de mayo de 1998, el Real Madrid, tras una sequía que había durado 32 años, ganaba su séptima Copa de Europa.
Desde aquel día, mi amigo Paco me llamaba cada 20 de mayo por teléfono para recordarme el aniversario de aquel día en que creímos tocar el cielo y en el que nos sentimos los más felices del mundo.
Un año no recibí esa llamada. Extrañado llamé a mi amigo, quien me confirmó mi peor presagio, el destino o quien mueve desde ahí arriba los hilos de esta historia, quiso llevarse consigo al padre de mi amigo Paco el día anterior.
El Real Madrid perdía el pasado viernes la final de la Copa del Rey ante el Atlético de Madrid. Esto del fútbol es un juego de sentimientos de suma cero (para que unos salgan victoriosos y se alegren, tiene que haber otros tristes por la derrotada).
No importa. Sigo siendo socio del Real Madrid y entusiasta y apasionado madridista. Porque con entusiasmo y pasión creo que he de afrontar la vida, el trabajo, mi relación con los demás…
He querido escribir estas líneas para recordar que hoy es el decimoquinto aniversario de aquel día en el que, como diría mi amigo Paco, creímos tocar el cielo y nos sentimos los más felices del mundo.
David Torija