Fuente foto: www.almaneoyorquina.com
(Texto de mi discurso navideño en Toastmasters Valencia. Colegio de Ingenieros de Caminos Canales y Puertos de Valencia, 18 de diciembre de 2013)
Aunque por el clima tan benévolo del que disfrutamos en Valencia no lo parezca, la iluminación de las calles y el ambiente en las mismas, lo delata, estamos en los albores de la Navidad. Estimados compañeros de Toastmasters e invitados, permitidme que os haga una pregunta:
¿Os gusta la Navidad?
Aunque la respuesta no sea afirmativa, estoy seguro que tendréis algún recuerdo entrañable del que merezca la pena acordarse… alguna costumbre, una cena, algún regalo o incluso el recuerdo de alguna persona que ya no está.
Para mí la Nochebuena es, sin duda alguna, la noche más especial del año. Desde hace tiempo paso la misma en Ponferrada con mi familia política por obra y gracia de don Enrique, que así se llama el cura que me casó. Y pese a que la familia de mi mujer consiga que me sienta como en casa, no puedo evitar sentir cierta nostalgia de aquellas entrañables Nochebuenas de cuando era niño.
De tal forma que si me ofreciesen cumplir con un deseo imposible en navidades, elegiría viajar en un Delorean. He de aclarar, para los más jóvenes, que el Delorean era el coche, convertido en máquina del tiempo, con el que Michael J Fox viajaba al pasado en “Regreso al Futuro”, una película de culto para muchos de los que somos menos jóvenes.
Durante un discurso en el Colegio de Ingenieros de Caminos Canales y Puertos de Valencia
Mi deseo sería viajar, por unos instantes, a alguna de aquellas Nochebuenas. Todo empezaría con la ronda de visitas familiares. La primera parada sería en casa de mi tío Pepe y de mi tía Matilde, en el barrio madrileño de Orcasitas. La calle Olería a pólvora, ya que los vecinos tiran tal cantidad de petardos que parece que estemos en Valencia en plenas fallas. La casa estaría abarrotada, habría comida y bebida “pa” aburrir (que diría el del anuncio), en la televisión el Madrid jugaría el torneo de Navidad de baloncesto, mi tío Pepe me hablaría de las cosas que le gustaban: de pesca, de fútbol….
Luego iríamos al Greenwich Village, vamos, a Villaverde Alto. Primero pasaríamos por la casa de mi tío Ángel y de mi tía Honorata. Ese año cenaríamos en casa de mis abuelos maternos, por lo que antes iríamos a casa de mi abuela paterna. Allí estarían mis tíos y primos. Todos.
Mi tía Carmen empezaría a cantar la canción de la familia Torija, una antigua habanera cuya letra dice “no es verdad que una noche serena, oirás las sirenas cantar, te pondrás encima de una peña y las olas del mar oirás…” yo, aquel niño introvertido, escucharía anonadado las voces de mis tías y mi abuela que parecen competir entre sí, aunque finalmente se impondría la prodigiosa voz de tenor de mi tío Fernando.
Más tarde, en torno al belén, le llega el turno al villancico de la familia. Sonarían sus primeras estrofas “En Belén una noche a las doce, en un frío y oscuro portal, nace un niño es el rey de los cielos, pobrecito que frío tendrá… “
Belén de mi tía Pauli
Se hace tarde, nos despedimos, tenemos que irnos a cenar.
Llegamos a casa de mis abuelos maternos, mi abuela tiene la cena casi lista. Pese a que son, somos, una familia humilde, y los ingresos no son muchos, mi abuela se las arregla como lo haría el mejor ministro de economía, de tal forma que en aquella casa de apenas 30 metros cuadrados no falta de nada y acabábamos degustando tal cantidad de manjares que talmente parece que estemos cenando en el Ritz.
Estamos tan apretados en la mesa que cuando uno quiere ir al baño, tenemos que levantarnos todos. Mi abuela, mi madre y mis tías hablan todas a la vez, y quien habla más alto parece tener la razón.
Mi abuelo y yo parecemos ajenos a tanto alboroto. Yo me siento del lado de su oído bueno (cuenta la leyenda que se quedó sordo de una ostia (con perdón) de una monja en tiempo de guerra) de tal forma que el oído malo queda de cara al gallinero (dicho sea con todo mi cariño).
Mi abuelo se sirve una segunda copa de vino. Mi abuela refunfuña. Mi abuelo se hace el sordo (más aún) mientras me dice que él no gasta agua “na” más que para lavarse y mientras me hace una mueca me dice que hay que reírse en esta vida porque si no uno acumula bilis y eso es muy malo para el hígado.
La ilusión de los niños con los regalos que reciben de Papá Noel y de los Reyes Magos es una de las cosas más bonitas de la Navidad. Tradicionalmente, en España, a los niños que se portaban mal durante el año se les amenazaba con que los Reyes Magos les traerían carbón. De la vigilancia de los infantes se encargaban unos personajes invisibles llamados pajes, creo que eran de la misma quinta del que repartía droga en la puerta del colegio.
Yo era un niño bueno e inocente, la siguiente característica os va a costar un poco creérosla: con un impresionante flequillo, incapaz de romper un plato. Un año en casa de mis abuelos maternos les pareció gracioso regalar a su nieto carbón de azúcar. A mí no me lo pareció tanto. Tiré el saco de carbón por la ventana (gracias a Dios vivían en un bajo) y empecé a llorar desconsoladamente.
Aunque aquel presunto regalo supuso para mí un trauma infantil, de la película Regreso al futuro aprendí el peligro de cambiar los acontecimientos pasados, por lo que dejando el carbón de azúcar allí tirado, me vuelvo a subir al Delorean para regresar, esta vez, al presente, y poder desearos todo lo mejor para estas fiestas.
Disfrutad estos días de vuestras familias y amigos, mirad con entusiasmo al futuro y recordad con nostalgia aquellos tiempos pasados protagonizados, también, por quienes desde los luceros dan un brillo especial a estas fechas.
¡¡Feliz Navidad!!
David Torija