Siempre me ha atraído hablar en público. Recuerdo que durante mi época universitaria, cada vez que alguna autoridad daba una conferencia en el aula magna de mí Universidad, el turno de ruegos y preguntas quedaba casi desierto, pues nadie parecía atreverse a intervenir. Era entonces cuando yo solicitaba la palabra y, micrófono en mano, hacía una pequeña exposición sobre lo que me había parecido la disertación del ponente y finalizaba con una o varias preguntas que, al objeto de generar debate, eran casi siempre polémicas.
Aquello se convirtió en costumbre. Incluso llegué a tener mi público. En cierta ocasión, unos compañeros residentes en Ávila, al ver que estaba tomando notas con la intención de preguntar, esta vez fue a Esperanza Aguirre, por aquel entonces Ministra de Educación, decidieron quedarse hasta el final de la conferencia, aunque aquello les supusiera perder el tren y llegar dos horas más tarde a su casa. No les decepcioné.
Otras de mis víctimas fueron el por aquel entonces Alcalde de Madrid José María Álvarez del Manzano (quien, en un aparte, me felicitó por mi intervención), el presidente del Tribunal Constitucional, incluso el Director General de la Guardia Civil.
Durante mi etapa en la promoción inmobiliaria, cuando finalizábamos la entrega de viviendas de un edificio, para que se constituyera debidamente la comunidad de propietarios, celebrábamos un ágape, a cargo de la empresa, en un restaurante. Antes del mismo, hacíamos una pequeña presentación, en la que se convenía cómo se iba a realizar el servicio post venta para agilizarlo al máximo, se presentaban a un par de administradores, desinteresadamente, para que los propietarios eligieran quien iba a ocupar tal cargo…Me sentía especialmente cómodo hablando para todas aquellas personas, sabedor además, que estaba consiguiendo generan buen ambiente entre nuestros clientes y la empresa.
Durante mi MBA, disfrutaba cuando tenía que presentarme cada fin de semana que arribaba un nuevo profesor. En plena crisis inmobiliaria, siempre hacía algún chascarrillo afirmando que procedía del sector con mayor proyección, el inmobiliario. Supongo que debía caer en gracia a mis compañeros, pues me eligieron mayoritariamente como delegado sin presentarme a la elección, en detrimento de los dos candidatos existentes. El experto en Recursos Humanos, Juan Luis Garrigós, interpretó mi elección como un signo de liderazgo, yo, humildemente, lo consideré tan sólo un gesto de aprecio de mis compañeros.
Confianza a la hora de hablar en público, que también siento cuando tengo que exponer un trabajo ante unos clientes, o que me ha ayudado en las más que tensas reuniones del consejo de administración de una empresa con intereses en África de la que formo parte y en las que he tenido que agudizar al máximo el ingenio para tratar de buscar soluciones cuando todo parecía enfrascado entre las partes.
He tenido la fortuna de tener un campo de prácticas estupendo: Toastmasters. Permitirme que os cuente la historia.
Tras regresar de Estados Unidos, comencé a frecuentar lugares donde se celebraban intercambios de idiomas. Todos los martes, al salir de trabajar, iba a El Laboratorio2, por aquel entonces regentado por mi amiga Ricarda (hoy copropietaria de Leipzig Bar) y mi amigo Marc (propietario además del Café de las Horas). Allí conocí a mi buena amiga Julia Roberts, quien me habló por primera vez de Toastmasters.
Corría el mes de octubre del año 2011, en solitario, con la invitación que Julia me había cursado, entré por primera vez en una reunión de Toastmasters (asociación internacional dedicada a mejorar la oratoria y las habilidades de liderazgo, con más de 300.000 miembros a lo largo y ancho del mundo). Las reuniones se celebraban en inglés, con la excepción de otros dos compatriotas, lengua materna de todos los allí presentes.
Las reuniones tenían lugar en la primera planta de un bar regentado por un súbdito británico. El sitio era algo lúgubre. Yo llegaba directamente del trabajo y lo hacía un poco tarde, por lo que me perdía la explicación de los distintos roles que allí se desempeñaban. Un buen día, me pidieron que desempeñara un rol, cuya explicación no entendí, e hice un ridículo espantoso. Sonrojado, camino de casa, me decía a mí mismo: aquí no me vuelven a ver el pelo, que vergüenza.
Pero como no soy persona que se rinda fácilmente, al día siguiente por la mañana solicité mi ingreso en Toastmasters. Es más, también solicité hacer mi primer discurso. Recuerdo que el día del mismo, tuve que viajar a Madrid por trabajo. En el AVE de regreso a Valencia fui repasando mis notas. Aquella tarde, en el restaurante Sierra Aitana, no hice precisamente un discurso brillante. Pero seguí practicando, poniéndome nuevas metas… Si hablar en público no es fácil, menos aún es hacerlo en un idioma que no es el tuyo, pero, como todo en la vida, requiere de voluntad y práctica (ayer di mi discurso número 25 en Toastmasters, 20 de ellos los he dado en inglés).
Retomando el guión cronológico de esta historia, en mayo de 2012 me presenté voluntario para formar parte de la dirección de Toastmasters Valencia (quería ayudar al crecimiento del club y mantener reuniones en inglés). Fui elegido como vicepresidente de membresía (traducción del inglés). Al año siguiente desempeñé la vicepresidencia de educación y este año he desempeñado la presidencia. Durante estos años hemos crecido significativamente en cuanto al número de miembros, hemos comenzado a celebrar reuniones también en castellano, organizado campeonatos de oratoria (el de España incluido)… la experiencia me ha servido para conocer gente estupenda de quienes he aprendido muchísimo, para mejorar mi oratoria, mi inglés, la escucha activa, aprender a dar feedback constructivo…El trabajo y el esfuerzo han merecido la pena.
A partir del 30 de junio, continuaré en la dirección ocupando un puesto honorífico, pero mucho más descargado de trabajo, pudiendo disfrutar más de las reuniones y con la posibilidad de dar más discursos, porque hablar en público, os aseguro que engancha.
David Torija