
En la fábrica de un proveedor chileno
Esta mañana he salido a correr un rato por la ribera del Sil a su paso por la capital de El Bierzo, como lo hacía dieciséis años atrás cuando aquí vivía. Imponente paisaje para correr, sólo superado por las vistas que, tanto de Manhattan como de New Jersey, tenía desde otra ribera, la del río Hudson, en mis carreras diarias, ocho años atrás, cuando vivíamos en Nueva York, o por mis añorados jardines del Turia, antiguo cauce del río valenciano por el que tanto troté en mis casi doce años en Valencia.
Correr siempre me ha servido para pensar y reflexionar. Si esta experiencia se adereza con unas gotas de nostalgia, ya que recientemente se cumplieron tres años de mi partida, con el vértigo que el cambio siempre produce, de Valencia a Madrid, por una apasionante aventura laboral, me lleva esta mañana dominical a sentarme delante teclado del ordenador y dedicar un rato a otra de mis pasiones, escribir. Así que me dispongo a escribir unas líneas sobre las vueltas que ha dado la vida en estos años.
Si echo una mirada atrás, remontándome a los albores del año dos mil tres, me doy cuenta que son muchas las vueltas que he, que hemos dado desde entonces. Hablo en plural porque desde aquel año (en realidad desde antes), entiendo la vida sólo en plural, porque el yo se convirtió en nosotros, porque desde hace casi diecisiete años, mi mujer y yo, como rezaba la cita de El Principito que escribimos en su día en nuestra invitación de boda, miramos juntos en la misma dirección.
Ella es culpable de mi felicidad, pero también es culpable de que en marzo del año dos mil tres hiciese las maletas y me fuese a disfrutar, según su teoría, del microclima de Ponferrada. Microclima que en realidad consistía en que entraba la niebla en septiembre y no nos abandonaba hasta abril. Abandoné por primera vez, como se dice ahora, la zona de confort, y por amor dejé Madrid. Allí creamos de la nada un proyecto empresarial en el que hice de director de obra (supervisando la misma, alquilando andamios, seleccionando, comprando y transportando todo el material necesario para la reforma del local…), para el que creamos y desarrollamos una marca, encargándonos del desarrollo íntegro del negocio, en el que vendíamos, entre otras cosas, ropa interior. Sí, me he pasado media vida vendiendo, y es algo de lo que me siento orgulloso, porque siempre lo he hecho con honestidad y con convencimiento de lo que hacía.
Como los números no salían, tuvimos que tomar la decisión (la vida está llena de decisiones difíciles) de cambiar de rumbo. Aterrizamos en Valencia. Allí me dediqué a la promoción, construcción y venta de viviendas hasta que, la burbuja inmobiliaria, parecía que nos iba a estallar en las narices. Otra vez había llegado el momento de tomar decisiones difíciles, venta con pérdidas de todos nuestros activos (promociones en desarrollo, suelos y empresas) para reducir nuestro elevado apalancamiento a una cifra cuasi testimonial, y hasta aquí puedo contar. Busqué un nuevo cambio de rumbo, el destino estuvo a punto de instalarnos en Chile para construir viviendas sociales en la municipalidad de San Antonio, pero mi olfato me llevó a bajarme a tiempo de un barco que terminó encallando.

Entrevista en Urbe Desarrollo en noviembre de 2008
Tras nuestra estancia en Galway y en Nueva York, volvimos a Valencia, donde estuve unos años dedicándome al asesoramiento de empresas, con alguna aventura puntual como docente. Como España parecía quedarse pequeña, participé en sendas aventuras empresariales en África, la creación, o al menos a eso aspiraba, de un canal de distribución en Dakar para el Oeste de África y un negocio minero en Mali con las más tensas reuniones que recuerdo de un consejo de administración. De allí pasé a una famosa inmobiliaria de la que, entre más de cien agentes, fui propuesto por su director general, para director de división. Aquello no cuajó y el destino laboral me devolvió a Madrid, trece años después, para representar en media España a una empresa alemana líder en la fabricación de sistemas de almacenamiento. Nunca he estado sin trabajar, ni conozco ni quiero saber lo que es el paro.

En nuestro almacén en Senegal a finales del año 2011
Desde que mi mujer y yo nos conocimos en la universidad, ella siempre ha estado a mi lado, en las buenas y en las malas, siempre me ha apoyado en cada paso que he dado, y me ha ayudado a reflexionar y a rectificar cuando tomaba el camino equivocado. Por eso hoy, que la nostalgia me invade un poquito, me declaro, a riesgo de parecer un hortera, la persona más afortunada del mundo. Y por muchas vueltas que hayamos dado, como reza el cartel que compramos hace unos años en Londres y que preside el salón de nuestra casa: mi hogar está siempre donde ella esté
David Torija