Mi particular reseña de Mamá, ¡quiero ser comercial!

205 Mamá quiero ser comercial

De niño quería ser piloto. Algo, al menos por aquel entonces, prohibitivo, económicamente hablando, para una familia de clase media. Por lo que con catorce años, me encaminé una tarde con mi padre al edifico del otrora Ministerio del Aire, para pedir información sobre las pruebas de acceso a la Escala Superior del Ejército. La vocación, permutó, auspiciada por el deseo de mi familia paterna de que los dos varones que lucíamos como primer apellido Torija, fuéramos oficiales de la Armada, por lo que cambié el azul por el blanco y aterricé de la mano de mi primo Luis Fernando en el Colegio De Huérfanos de la Armada. Premonitorio y cruel el destino, que se llevó, años más tarde, en acto de servicio en Haití, a mi primo a los luceros. Dios se lleva siempre a los mejores.

Huelga decir que no conseguí plaza en aquellas oposiciones. La verdad es que mi pasión había menguado, ya que aquello no era con lo que yo soñaba de niño, y no estudié lo suficiente. Pero fue mejor así, porque meses más tarde entraba en aquel vetusto edificio, que era la universidad (que reza el poema que nos escribió mi suegro para el día de nuestra boda y que con cierta guasa me recuerda aún mi amigo José, citando otra de sus estrofas: pronto supo el de Pozuelo, donde estaba Ponferrada). Allí, en la universidad, sucedió lo mejor que me ha pasado en la vida, conocí a mi mujer.

Aunque mi padre quería que yo fuese marino, sembró la semilla de la que hoy es mi profesión, regalándome, siendo un crío, el libro El Vendedor más grande del mundo.

En mi trabajo actual, como representante de las mejores estanterías del mercado para grandes cargas, me toca conducir bastante y, para amenizar mis viajes, me bajo todo tipo de podcast. Uno de ellos era la entrevista que el editor Álvaro Romero le hizo al autor del libro que hoy reseño, Eduardo Vizcaíno de Sas, para hablar de su padre, el mejor escritor valenciano de la historia, si me apuran junto a Blasco Ibáñez, Fernando Vizcaíno Casas. Eduardo Vizcaíno me vendió, como buen comercial, durante aquella entrevista, tres libros, dos de ellos por él escritos y un tercero, Las Autonomuchas (basado en bestseller de su padre Las Autonosuyas y por él prologado). Completan la terna el libro que hoy reseño y  Un comercial de película.  Y en la recamara quedaron otros dos, Fernando Vizcaíno Casas, mi padre y otro con un título políticamente incorrecto a la par de sugerente, Como ser un macho y morir en el intento

Es la primera obra que leo de este autor. Muy alto estaba el listón ya que su padre, don Fernando Vizcaíno Casas, siempre ha sido mi escritor favorito. Aunque no tanto como las novelas de su padre, el libro me ha gustado mucho. Llegados a este punto algún lector malicioso e ignorante me habrá etiquetado erróneamente, como hacían con don Fernando en su tiempo, a pesar de que ni Mister Bestseller (que así se conocía a Vizcaíno Casas por sus récords en ventas literarias)  en su día, ni un servidor, tengamos filiación política alguna. Parafraseando a José Antonio (para liar aún más la madeja) la gente le llama a uno fascista con el mismo poco tino que los habitantes de los pinares de Soria llaman americano a todo aquel que lleva gafas de celuloide.

Pues sí, no me duelen prendas a la hora de reconocer mi admiración por don Fernando Vizcaíno Casas, un escritor que tenía un refinado sentido del humor, y unas cifras de ventas difícilmente superables, todo un caballero de una generación, la de la Codorniz, infravalorada por la dictadura de lo políticamente correcto. No es la primera vez que citar al escritor valenciano me genera algún problema. Cuando cursaba mi MBA junto a otros compañeros creamos una página web de información económica y empresarial que se llamaba Frikonomics, publicación que dirigía y en la que, en cierta ocasión fui recriminado por uno de mis compañeros por mencionar a Vizcaíno Casas. Defendí y mantuve la cita.

Parte de mis libros de Vizcaíno Casas

Alguno de mis libros de Vizcaíno Casas

No estamos ante un libro de técnicas de venta, estamos ante un anecdotario, escrito con muy buen humor. Coincido con el autor en que el sentido del humor es un arma poderosísima para la venta (y si me apuran, para todo en la vida). Es muy ameno y entretenido. De fácil y rápida lectura.

Un libro que desmitifica el glamour de una profesión que no es lo suficientemente valorada, pese a ser la que más directamente contribuye a mejorar la cuenta de resultados de las empresas. Una obra en la que se hace hincapié en que en el mundo de la venta el éxito se alcanza trabajando, cuanto más tiempo le dedicas, mayores son las posibilidades de éxito.

Recomendable tanto para aquellas personas que alguna vez han trabajado como comerciales, pues se sentirán identificados con muchas de las anécdotas que en libro se cuentan, como para aquellas personas sin experiencia en el mundo de la venta, pues les servirá para conocer un poco mejor esta profesión.

Como muestra de mi identificación con la temática del libro, comencé su lectura durante la cena en un restaurante de un hotel de la provincia de Jaén. No me resulta agradable comer o cenar fuera solo (pese a que lo hago con mucha frecuencia. Gajes del oficio), pero como siempre me gusta buscar el lado positivo de las cosas, puedo aprovechar para leer o para adelantar algo de trabajo… y la terminé en un avión (el último del día), que estuve a punto de perder por esperar para tomarme una cerveza con mi amigo José Ángel, (curiosamente su padre era amigo de Fernando Vizcaíno Casas) con quien sabía que iba a coincidir en el aeropuerto. Cerveza que no me dio tiempo a tomarme.

Mamá, ¡Quiero ser comercial!

Eduardo Vizcaíno de Sas

Pearson Educación

 

Una reseña de David Torija

Acerca de David Torija

Economist and MBA. Business Development Manager, Advisor and Business Strategist. Passionate about Management, Finance, Marketing, Sales, Social Media, Writing and Public Speaking. Cross Cultural and Global Minded. Hard Worker. Entrepreneur. Optimistic, Enthusiastic: Always look on the bright side of life.
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