Luces y sombras del otrora noble arte del boxeo

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Me aficioné al boxeo, como tantos niños de mi edad, con la película Rocky. En mi caso fue con Rocky IV. Estuve a punto de no poder ir a verla al cine porque, como era para mayores de 13 años y yo acababa de cumplir 10, mi padre, conocedor de que ya la había visto, le preguntó a mi primo José Carlos, quien por aquel entonces era aún novio de mi prima Ana Mari, que si era una película adecuada para mi edad. Su respuesta inicial me situó por momentos fuera del cine: se ve como cae algún diente…pero no es para tanto, llévale tranquilo. Dicho y hecho. Aquella tarde fuimos mi padre y yo al Zoco de Majadahonda (cines rescatados por los vecinos hace unos años en un bonito proyecto) a ver la mencionada película, que era, una extensión más de la guerra fría, que tenía en Hollywood uno de los mejores medios de propaganda internacional.

En 2011, cuando vivíamos en Nueva York, persuadí a mi mujer para ir un sábado a Filadelfia, única y exclusivamente, para subir las famosas escaleras de acceso al Museo de Arte de Filadelfia, que hizo famosas el potro italiano.

El primer combate de boxeo que recuerdo haber visto, un año después de ver la película Rocky IV, fue entre Sugar Ray Leonard y Marvin Hagler. Como el video ya había llegado a casa el verano anterior, pude grabar en VHS el combate y verlo posteriormente en muchas ocasiones. Sugar Ray se convirtió en mi boxeador favorito. Me encantaba su forma de utilizar la inteligencia en un deporte en el que se presupone, como la valentía a la infantería, que prima la fuerza bruta. Sugar Ray llegó a desesperar en su día a Roberto Durán, hasta que éste abandonó el combate, incapaz de alcanzar con sus poderosas manos a Leonard. Un par de años después, también vi y grabé la revancha entre Roberto “manos de piedra” Durán y Sugar Ray Leonard.

Luis Solana presidía Radio Televisión Española. El hermano de un compañero de clase de Escolapios había asistido a una de las primeras defensas del título europeo de otro potro, el potro de Vallecas, Poli Díaz. Contaba mi amigo que, al acabar el combate, en el mismo ring, Poli agarró el micrófono instando al respetable a que cantarán con él “Solana, cabrón, queremos televisión”.

Solana siguió marginando al noble arte del boxeo en la televisión pública de todos. Pero apareció en escena TeleMadrid, en su telediario vespertino pudo verse una caótica entrevista, a Poli y a su rival, Steve Boyle, un par de días antes de la quinta defensa del título europeo del vallecano. Poli no dejaba hablar a su rival, interrumpiéndole cada vez que el británico intentaba contestar a las preguntas del entrevistador con frases como “tu qué vas a decir, de una hostia te arranco la cabeza” Debido a la actitud de Poli, la entrevista, parafraseando a Joaquín Sabina, “duró lo que duran dos peces de hielo en un whisky on the rocks”, tiempo suficiente para que Cruz y Raya pudiesen utilizar en sus siguientes espectáculos las palabras del sin par Poli Díaz.

En aquel combate, Poli, brabucón, se quedaba de pie en su rincón (intentando dar muestras de ir sobrado de fuerzas) entre asalto y asalto, desoyendo las indicaciones de su entrenador (y supongo que de su promotor, Enrique Sarasola (padre del original y exitoso hotelero, Quique Sarasola)), Ricardo Sánchez Atocha para que se sentase a descansar en el taburete. Poli ganó aquel combate y comenzó a postularse para el título mundial.

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Estoy convencido de que Poli Díaz hubiese sido campeón del mundo, si no se hubiese cruzado en su camino uno de los mejores y más completos boxeadores de toda la historia, el recientemente fallecido, Pernell Whitaker. La clave fue la derrota de Edwin “El Chapo” Rosario ante Juan Nazario, perdiendo aquél el cinturón de campeón del mundo. Durante el combate, su entrenador le decía al Chapo en su rincón, “vamos, que tenemos que ir a España” en clara alusión a la intención de defender el título mundial ante del Potro de Vallecas. Juan Nazario no quiso combatir contra Poli y acabó perdiendo el título ante Whitaker.

Si Poli, quien a mi juicio se encontraba por aquel entonces en el mejor momento de su carrera, se hubiese enfrentado a Edwin Rosario, hubiese conseguido el título mundial. Pero el paso del tiempo y el enfrentarse a uno de los mejores de todos los tiempos, truncaron su carrera.

Esperaba ansioso aquel combate. Pasé aquel mes de julio jugando al hockey en Anglet y tenía aburridos a mis amigos Alberto, Sergio, Aitor e Ibon con el dichoso combate. El combate se celebró la noche de mi regreso a Madrid. Huelga decir que no dormí aquella noche. El combate se celebró en Estados Unidos. Asistir a aquella velada era algo que no estaba al alcance de cualquiera, desde el televisor sólo se podía reconocer entre el escaso público español al paria de la tierra Javier Bardem.

Poli, que aseguraba antes del combate que tumbaría a Whitaker en el octavo asalto, no tuvo ninguna oportunidad. Luchó, eso sí, como un jabato por no caer a la lona. Terminó, ya con varias costillas rotas, intentando darle un cabezazo a Whitaker para que el combate, que sabía que tenía perdido, fuese declarado nulo.

Con la derrota de mi idolatrado Poli Díaz, disminuyó bastante mi afición al boxeo. Además apareció en escena Canal Plus, que se hizo con el monopolio del boxeo, por lo que dejó de estar al alcance de una familia como la mía, ya que no nos podíamos permitir tener televisión de pago.

Desafortunadamente Poli acabó olvidado, como Urtain y tantos otros boxeadores, que, cuando dejaron de ser una fuente de ingresos fueron abandonados por palmeros y falsos amigos.

Ya en la universidad, tras abandonar el del Club Boadilla, me apunté al gimnasio Ulises, regentado por Pedro. Allí me apunté a boxeo, deporte que practiqué durante tres años, con un parón de un par de meses fruto de una lesión de codo de tenista, durante la misma, mi tío Pablo, gran aficionado al boxeo, me decía jocosamente “eres un blando, eso no es nada, un poco de refléx (así acentuado) y a seguir”.

Nos entrenaba Raúl, quien creo fue Campeón de España de Supermedios y de quien se decía que tenía una placa de metal en la cabeza fruto de un mal golpe. Me apunté porque me gustaba el boxeo y porque era un buen camino para estar en forma. Entrenábamos dos días por semana de diez a once de la noche. Casi todos los días hacíamos guantes (combates) que era la parte que menos me gustaba, entre otras cosas, porque el nivel era bastante alto y allí había gente bastante fuerte (Piña, Moha, Said, el rápido Lopeló…) y solía salir mal parado con frecuencia. Me compré una chichonera (protector para la cabeza) pero aquel súbdito marroquí, Moha, que tenía los brazos más grandes que mis piernas, decía que aquello nos restaba visión, por lo que nunca nos la poníamos. Un día nada más sonar la señal del final, a traición, un tal Aparicio (quien regentaba en el pueblo una pescadería con el mismo nombre), me dio un mal golpe. A la mañana siguiente no podía levantarme de la cama (menos mal que tenía turno de tarde en la universidad), cuando lo hice, tenía un fortísimo dolor de cabeza. Aquel fue el primer día que me planteé seriamente dejar de boxear.

La segunda ocasión fue tras noquear el entrenador a un pobre chaval, que nunca más volvió, de un fortísimo crochet. Semanas más tarde, un nuevo entrenador (que sustituía a Raúl durante una baja laboral por enfermedad) quien, tras la pertinente retahíla de abdominales, al final del entrenamiento, nos dio una desconcertante charla, muy celebrada por alguno de los compañeros, sobre cómo actuar en peleas callejeras. Con cara de sorpresa, miré a Jesús (uno de los allí presentes, estudiante de Derecho (creo que ambos éramos los dos únicos universitarios) con quien había establecido cierta amistad). Aquello no era a lo que yo iba a allí, yo iba única y exclusivamente a practicar un deporte. Dicen que a la tercera va la vencida. Nunca más volví.

David Torija

Acerca de David Torija

Economist and MBA. Business Development Manager, Advisor and Business Strategist. Passionate about Management, Finance, Marketing, Sales, Social Media, Writing and Public Speaking. Cross Cultural and Global Minded. Hard Worker. Entrepreneur. Optimistic, Enthusiastic: Always look on the bright side of life.
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